lunes, 3 de febrero de 2020

Barrio Moravia, Medellin, Colombia/ Ruy Belo



Para cerrar el año, Camilo, Aby y yo, compartimos lectura en el bario de Moravia, en la comuna 4 de Medellín, en Colombia. Después de unos días de planear y cruzar contactos, fuimos invitados a las novenas en torno a su pesebre, quien Luz, una mujer líder del barrio, organiza hace décadas, reuniendo niños, papás, muchas voluntades ciudadanas y de muchos artistas, en un lugar donde mora el corazón y donde siempre recibe a nuevos integrantes que decidan amar sus calles y sus casas.

Un dia antes del taller, fuimos invitados a la novena, conocimos a decenas de niños. Nuestro primer contacto, que nos reconoció al llegar, fue Andrés, un joven originario de Cali, que lleva mucho en Medellin, apenas 16 años y una  gran vocación comunitaria, ya ayuda a organizar las novenas y mantener en armonía la calle y las actividades que circundan una fiesta que colorea las calles. Cantamos, conocimos a muchos vecinos y también, comenzaron a rodearnos con preguntas y sorpresas en torno a nosotros. Al día siguiente, tendríamos un taller para todos. Platicando, descubrimos que las posadas mexicanas y las novenas se parecen, pero son también muy distintas, de ahí surgió la idea de hacer una piñata, compartir una navidad como la nuestra. Luz nos invitó a su casa, que también es un taller lleno de materiales de colores y brillos, donde crea artesanías con reciclado. Nos parecemos tanto, que era imposible no abrazarnos y reconocernos al instante. 

Después de comer unos helados de vainilla juntos, ya en el taller de Luz, forramos un globo  inflado (bomba, les dicen los colombianos) con papel periódico y papel China (o papel Globo, como le dicen allá) Nos reímos de las coincidencias y las diferencias de palabras. Camilo y Aby con ayuda de Selene, Andrés y Mathieu, comenzamos la piñata, juntos hablamos no sólo de la navidad, sino también de las palabras que compartimos y de las formas cómo los colombianos y los mexicanos nombramos al mundo y lo habitamos. Luz nos preparó patacones y  en esa noche, pudimos conocernos más. Moravia de noche seguía viva, eran luces y sonidos y motos y bicicletas, risas y abrazos. Eramos, por un momento, una parte de esas lucecitas que iluminan la noche de Medellin desde sus montañas. 

Camilo, Aby y yo, regresamos al centro de Medellin a prepararlo todo para el taller. Doblamos cien libros y forramos nuevos susurradores que conseguimos en la calle de Junín. Eran susurradores naranjas con puntos blancos y también un estampado como la piel de una zebra.  Dormimos poco, pero estábamos entusiasmados. Al otro día, mientras caminábamos junto a parque Explora rumbo a Moravia, nos encontramos con un par de niñas que nos reconocieron y preguntaron si ya comenzábamos y a qué hora, porque necesitaban tomar el taller, que las esperáramos.

Leímos a Ruy Belo, un poema potente que hemos leído muchas veces en otros espacios: el pueblo de La Resurrección, Azumiatla, ferias del libro y ahora, también en Moravia. Después del canto de la novena, comenzaron a llegar niños y papás, los cien libros pronto encontraron manos que los abrazaron, hicimos círculos en el suelo y las crayolas iban y venían, junto con el globo terráqueo donde ubicamos Portugal. Yirieli, una chica entusiasta y vecina del barrio, nos ayudó en todo momento, repartiendo material y leyendo con los niños, se integró tanto al taller, que ya era parte del poema. De su casa se sostuvo el tendedero donde colgamos banderas, mapas y poemas, pero de su corazón se sostuvo también el taller, de sus abrazos y su sonrisa que está presente en todas las fotos. En el micrófono, pasaron a leer y a hablar de los países, leímos el poema y más vecinos comenzaron a agruparse al rededor de la novena que se extendía como un canto que fluía en el aire. Hubo tantas casas dibujadas, una señora y su hija, tenían muy poco de avecinarse en El Barrio, pertenecientes a una comunidad indígena de Antioquia, dibujaron una casa maravillosa que parecía un espacio arrancado de la naturaleza, como si un Ave, se hubiese convertido en un hogar. El poema derivó muchas formas y muchas casas, las nuevas y las que se quedaron en el camino. Muchos de los lectores eran migrantes, no sólo de Colombia sino también, venían de Venezuela. Moravia es un gran hogar que recibe y adopta. No importan los acentos, los tamaños, las formas de los cabellos o el color de las pieles. Juntos cantamos al leer, oh, las casas, las casas, las casas. 

Leímos en susurradores, en voz alta, en micrófono. Yirieli y Andrés se volvieron expertos lectores en susurrador. Muchos adultos querían que les leyéramos, otros querían leerle a sus niños, estuvimos muchas veces al borde de las lágrimas, pero también estuvimos al filo del juego de la risa, de los abrazos. De poder conocernos gracias a un poema, de hablar de nuestras casas y nuestros hogares que se tejen en el tiempo y en el espacio, que guardan en los rincones amor y esperanza, que todo lo que habita nuestras casas al final también nos habita a nosotros. Sin importar los kilómetros que nos separen en el globo, las palabras que nos hacen diferentes pero que también nos hermanan, nos hacen sentir lo que una vez Ruy Belo sintió en Portugal hace cincuenta años, hoy. nos vibra en México o en Colombia. Uno va y viene por el mundo, de una forma más fácil cuando lo hace con amigos, cuando vive dentro de unas páginas que son un navío que nos conduce por la misma lengua y el mismo sentimiento, el de compartir y abrir una casa, el de descubrir que, sólo las casas explican que exista una palabra como intimidad. 

Muchas gracias al barrio de Moravia, a Doña Luz, Andrés, Yirieli, Matiu, Juliette y a José David que a su vez , conocimos por un tejido de redes a través de nuestro maestro José Antonio. Gracias a esos cien niños y adultos que adoptaron el poema y el libro. Gracias por hacer posible nuestra lectura, con un poema poderoso y potente como Oh las casas las casas las casas de Ruy Belo. Construimos cien libros-casa, Testigos de la vida,conocimos el corazón de su barrio a través de dos novenas juntos,  hicimos una piñata mexicana que rompimos y disfrutamos juntos después de nuestro taller. Las casas de Moravia huelen a flores, a sancocho, a Café, chocolate y arepas. Estamos con el corazón transformado y nos llevamos mucho cariño de este barrio-poema-Casa, donde habitan alegrías y emociones, compañerismo, solidaridad y resistencia. Esperamos volver muy pronto sabiendo, que Moravia ya también es un lugar donde habitamos. 

Atte Tegus el Toro Poético Imaginario 


























































































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